viernes, 24 de abril de 2015

La resaca del #eabe15

No les faltaba razón a los propios organizadores del #eabe15 cuando en alguno de sus escritos promocionales reconocían que no es fácil explicar de qué se trata, en qué consiste y qué ocurre en encuentros de este tipo. Esa misma dificultad se experimenta al tratar de contar, a la vuelta y como participante, de qué trató, en qué consistió y qué ocurrió en Córdoba el pasado fin de semana. Puede que el tono de esta reflexión evidencie esa dificultad a la hora de compartir lo que para mí ha supuesto asistir a este encuentro informal de profesores, como he venido llamándolo cuando con compañeros, amigos y familiares he hablado de él. Los que han pasado por algún proceso terapéutico sabrán a qué me refiero. Tiene algo que ver con salir de la sesión de terapia siendo consciente de haber realizado un trabajo importante, costoso y exigente en lo emocional, cuyo resultado y consecuencias deben encontrar acomodo en la vida de la persona que uno era antes de haber entrado a la consulta o, creo que es más acertado, antes de haber detectado la necesidad de la terapia misma, de haber pedido la primera cita con el terapeuta.


 Quedarme en lista de espera por haber tardado más de la cuenta en realizar la inscripción trajo consigo que el rescate pasara por compartir alguna experiencia durante el evento. La cosa se complicaba, se alejaba de lo que venía siendo habitual en un profe de Educación Física que nunca había prestado una especial atención a su formación, y se presentaba con una doble sorpresa: no sólo iba a desplazarse a 400 kilómetros para no sabía bien qué, sino que iba a contar algo de lo que hacía con sus alumnos. Ahora, mientras escribo pasados unos días desde que me despedí de Córdoba, me doy cuenta de que ese paso de querer ser asistente pasivo a tener que ser parte activa del evento si quería estar en él, fue lo que hizo -sigue haciendo-  del #eabe15 una experiencia realmente singular.

Como las descripciones generales del tipo “maestros y profesores ilusionados con un cambio educativo se reúnen en Córdoba...”  no faltan, os pido disculpas por centrarme en esa singularidad, en lo que a nivel personal -y profesional porque son lo mismo- viene suponiendo este tiempo del que el #eabe15 está formando parte. Hay una situación que se da a diario en las clases de colegios e institutos que, por habitual, no deja de ser impresionante: un grupo de alumnos y un profesor pasando tiempo juntos. Así ocurre en cientos de miles de clases a la misma hora y los mismos días, uno tras otro.  Y no adorno más la frase -un grupo de alumnos y un profesor pasando tiempo juntos- porque en cualquier caso me alejaría de  lo que esa imagen me sugiere cuando la vinculo con lo que ha sido mi vida como profesor durante quince años, diez de los cuales en el mismo centro sin compañeros de la materia que imparto. Un profesor. Un grupo de alumnos. Una clase. Así hasta el infinito. Dos bandos, como enfrentados. Mucha soledad. No sé si os suena.

El #eabe15, con todas sus ingenuidades y cursilerías, representa todo lo contrario y es coherente con la lógica de lo que para muchos está siendo una revolución personal en la forma de entender nuestro trabajo y nuestras relaciones con alumnos y compañeros. El #eabe15, para mí, significa no estar solo, no sentirme solo. Y de ahí nace todo lo demás que ya ha sido dicho en los miles de tweets que se han publicado estos días: compartir, intercambiar, aprender y, sobre todo, agradecer.

Tampoco me resulta sencillo extraer de forma concreta qué aprendizajes me llevé de Córdoba, pero lo que no puedo olvidar son tres momentos que, ya lo estoy notando, actúan como imanes a los que se acercan sin descanso ideas para poner en marcha en el lugar donde trabajo.


El primero y más dramático se dio en el momento en que, puntual como no acostumbro, me presento en el aula 101, también llamada pepino, a poner todo a punto para la experiencia que quería compartir con los asistentes. No funciona el ordenador, no consigo conectar el cañón proyector, no suenan los altavoces. Last minute panic. No puede ser, me digo. ¿Ves como no tenías que haber venido? Con ayuda de algunas personas de la organización y algún que otro asistente, aparece la imagen proyectada en la pantalla y salen las primeras palabras de mi boca a las 11.12, cuando el final estaba previsto a las 11.15. Salir de la zona de confort por partida doble y sin anestesia creo que le llaman los teóricos. No soy capaz de recordar lo que conté, si tuvo o no sentido, si alguien se enteró, si fue capaz de transmitir algo que no fueran nervios y frustración. Jorge “Cordo” (@coque107) me anima al salir -más bien me consuela-, pero no me creo nada de lo que me cuenta. ¿Por qué digo que esta “tragedia” se ha convertido en aprendizaje? Porque pasadas unas horas, unos días, me sorprendo habiéndome sentido capaz de ir, de hablar y de intentar. Porque pasadas unas horas, unos días, me sorprendo experimentando eso del proceso y el resultado y siento que es verdad. Si quisiera “ponerme nota” por la exposición, o alguien tuviera que hacerlo en nuestra escala más habitual, no llegaba al 3, pero, sin saber cómo, sólo me viene a la cabeza toda la preparación y toda la ilusión puesta en esta historia eabera, sobre todo la interacción con los alumnos que me han echado una mano en prepararla. Volvería a hacerlo.

El segundo, posiblemente el más nítido de todos los aprendizajes que se vinieron conmigo, se dio cuando estábamos preparando el proyecto, cocinando el salmorejo. Durante los quince cursos que llevo trabajando como profesor habré participado en cientos de reuniones con compañeros: claustros, consejos escolares, sesiones de evaluación o reuniones de departamento. 


Durante todas ellas hemos hablado de miles de alumnos y hemos cantado miles de calificaciones. Pero allí, en el salón de actos, reunido con compañeros improvisados me vi proyectando, planificando, ideando en grupo o en equipo o como quiera que haya que nombrar a lo que allí formábamos. Vino de repente la idea, la toma de conciencia, la posibilidad. Nunca antes había participado en una reunión con ese objetivo y, por tanto, nunca antes había tenido tan claro que al  igual que los alumnos se han convertido en máquinas de hacer deberes y aprobar exámenes, en el mejor de los casos, nosotros los profes nos hemos convertido en máquinas de agachar la cabeza, ocuparnos de nuestra programación y trabajar en solitario, aislados.


El tercer momento, el más emotivo tal vez, vino de la mano del grupo de reflexión de la tarde, durante lo que los organizadores llamaron “núcleo de aprendizaje informal” y que me resultó una manera muy interesante de hablar de las vivencias de la mañana. Llegada la hora de compartir lo anotado y dibujado en el bendito papel en blanco, y tocándome intervenir hacia la mitad del grupo, me iba llamando la atención el exagerado optimismo de las intervenciones que me precedieron. ¿Nadie iba a decir nada malo? ¿No había crítica ninguna? ¿Nadie había experimentado la sensación de verse sobrepasado por la exigencia -la locura- de la mañana, por la incapacidad para sacar algo en claro de tanta actividad? ¿No se encontraban los demás con las mismas dificultades que me encontraba yo? ¿Vivían todas esas personas en los mundos de yupi? Me llegó en turno y, sin recordar muy bien las palabras que solté, traté de recordar el peligro de perder el contacto con la realidad y la importancia de saber que el lunes volvíamos a un centro con alumnos y compañeros normales y reales con las dificultades que eso lleva consigo.  Y entonces habló Conchi García García, maestra de primaria, y volvió a incidir en algo parecido. Tocó con su mano a quienes tenía a su derecha e izquierda y dijo que era de ellos de quienes debíamos ocuparnos también, de los compañeros. Habló de lo mal que lo podían estar pasando aquellos que participando en un evento como el #eabe15  se marchan pensando si son ellos los únicos que no son capaces de hacer cosas tan bonitas, innovadoras y revolucionarias con sus alumnos como las que se habían estado compartiendo por la mañana. Si son ellos los únicos a los que cualquier cambio metodológico que intentan llevar a sus clases les significa mucho trabajo y pocos resultados, mucha ilusión rota, mucha decepción. Me sentí muy implicado en su discurso no solo por encajar como un molde con lo que había estado sintiendo a lo largo del día, sino porque percibí mucha valentía en sus palabras al recordar, en un ambiente de euforia similar al de un mitin político, que nuestra tarea docente tiene una cara menos agradable con un coste personal importante. Después se formaron pequeños corrillos en los que, imagino, se hablaba de las reflexiones compartidas que habían tenido lugar. En el mío, además de Conchi, estaba Santi (@santilozanodiaz), quien vino a levantarme providencialmente el ánimo al decirme que la charla de la mañana le había gustado porque le había parecido muy “real”.

Ya me despido. Si todas las palabras anteriores las debiera sintetizar en muy pocas, serían enhorabuena y gracias. A los miembros del grupo de las gafas. A Jorge “Cordo” (@coque107) y su familia por la hospitalidad y por hacer que los dieciséis años que han pasado desde que nos despedimos en Madrid no nos hayan quitado ni una pizca las ganas de reirnos juntos. A Gloria Herrero (@gloriaherrero) por contagiar e ilusionar. Me quedé con ganas de echar un rato de charla con mi jefa del departamento virtual de E Física. Ya habrá tiempo. A los hermanos Polonio, sobre todo a Álvaro (@AlvaritoPolonio) por tratarme con ternura y calmarme cuando ningún aparato, ni siquiera mi cabeza, funcionaba. Y, sobre todo y siempre, a Tere (@teremartinezlp), por acompañarme de la mano con tanta maestría allí dónde mis cambiantes inquietudes me quieren llevar.












No hay comentarios:

Publicar un comentario