martes, 8 de septiembre de 2015

Lunes de esperanza

Se cuentan por cientos o miles las conversaciones o reuniones informales que he tenido con otros tantos compañeros de trabajo cuyas conclusiones raras veces han ido más allá de un “qué poco interés muestran los alumnos y sus familias”, “qué desesperación, qué nivel tan bajo en esto o aquello”, “qué desastre de notas”. Conversaciones o reuniones informales de las que uno salía con escaso remedio para esos males, porque tras tantos esfuerzos por aumentar el nivel de interés de los alumnos y la implicación de las familias los resultados no llegaban. Conversaciones o reuniones tras las que cada uno de nosotros volvía a su clase-celda-departamento a seguir, en la mayoría de los casos, trabajando duro, muy duro o durísimo.

misscelania.wordpress.com

Sé que no hay recetas milagrosas ni remedios definitivos, tampoco revoluciones fiables a las que entregarse, pero tengo la sensación de que algo está cambiando. No solo en los blogs especializados ni en las páginas de expertos ni en las charlas TED-Ed, sino en mi entorno más cercano: esos ocho, nueve o diez compañeros con los que comparto inquietud,  lugar, tiempo y alumnos. Algo que convierte esas conversaciones o reuniones informales en germen de un posible cambio metodológico que implique una mayor comunicación entre nosotros y que derive, además de en las relaciones cordiales que ya son habituales, en trabajo y proyectos comunes, en aprendizaje compartido y el aulas más abiertas. Algo que nos anima a liarnos la manta a la cabeza en el buen sentido, a la manera de nuestro compañero Joselu, profesor de Lengua y Literatura a punto de jubilarse y cuyo blog os recomiendo. Porque si los alumnos (nos) importan, los profesores no importamos menos, y nada bueno puede salir de profesores que cada vez se sienten más incapaces de escapar de una dinámica de mucho trabajo en solitario que cada vez los aleja más de sus alumnos. Porque aunque no sea fácil de entender para los ajenos al ámbito educativo, se da la paradoja de que más trabajo y más preocupación por que los alumnos aprendan puede desembocar en menos conexión con ellos y más rechazo a la materia que sea. 

Ayer, “lunes de esperanza”, se produjo una de esas conversaciones o reuniones informales de la que salimos unidos no sólo en el diagnóstico sino también en la búsqueda de un remedio en el que todos tenemos algo que aportar. Sí, ha llegado la hora de estudiar haciendo y de convertir nuestras clases en una suerte de laboratorio educativo. ¿Qué podemos perder? ¿A quién tememos? Total, si el inspector nunca viene ;-)

2 comentarios:

  1. Gracias por la mención. Efectivamente es un tiempo de esperanza. Creo que hay una posibilidad de modificar la realidad. Hay compañeros que empiezan a charlar sobre educación con pasión. Algo que no suele pasar nunca en los claustros de profesores. Nunca se habla de educación. Notas, calificaciones, juicios negativos sobre los chavales y del entorno social condicionante. Nada con entidad. Pero es que las preguntas que debemos hacernos es que qué estamos haciendo aquí. ¿Qué pretendemos y si lo conseguimos? Queremos enseñar, claro está pero nuestros alumnos no aprenden prácticamente nada o se reduce a un diez por ciento de la clase. ¿Damos las clases para ese diez por ciento? ¿Y obviamos el noventa por ciento que no nos sigue o simplemente no nos escucha? Es una tentación que algunas veces se nos ha recomendado. Dar la clase para esos dos o tres alumnos aplicados y escolares. Para el resto habrá benevolencia, aprobados fáciles, condescendencia aunque sabemos que no saben nada de lo que les hemos intentado enseñar. Y el resto, suspenso, aunque a veces son los más inteligentes de la clase pero desertan del aula. Son reflexiones. El profesor está maduro cuando empieza a pensarse a sí mismo y sus alumnos. Y cuestiona todo, y entonces todo se muestra como un fraude intelectual. Es necesaria una síntesis entre la pedagogía tradicional y la más vanguardista para redefinir la escuela.

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  2. Es un honor recibir un comentario tuyo en este blog. Tras todas estas reflexiones compartidas hay algo que me gusta, y es que nuestro descontento con algunas de las cosas que ocurren en nuestras aulas no nos lleva a la queja continua sino a la ingenua búsqueda de alternativas. Ya está bien de responsabilizar solo a los alumnos.
    Un saludo.

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